Corridos y cultura del crimen en México
Durante la feria del Caballo en Texcoco 2025 se constató un ambiente en el que se entrelazan expresiones artísticas y actitudes en torno a los corridos, así como la exaltación de un discurso que celebra la figura del delincuente. En ese contexto, se evidenció una dualidad en la que el público recurre a la música para expresar una admiración simultánea y contradictoria hacia quienes en la narrativa popular se han convertido en emblema del crimen organizado.
La exclamación popular en medio de desmanes y la ruptura de instrumentos dejó ver una tradición musical donde se veneran a personajes vinculados a actos violentos y delitos graves. La ambigüedad que se percibe en el discurso del público refuerza una cultura que, pese a declarar el dolor por la pérdida de seres, adopta símbolos de violencia como representación de poder.
Impacto social y tensiones en la narrativa de los narcocorridos
La situación relatada pone en evidencia el auge de los narcocorridos como un reflejo de la realidad social en la que ciertos valores tradicionales han sido desplazados por la mitificación de la figura criminal. La glorificación de fusiles, levantones y otros elementos propios del crimen organizado se convierte en parte de una narrativa en la que la ilegalidad adquiere un aura simbólica, pese a sus consecuencias palpables.
La exaltación de esta cultura de muerte y Padrinazgo del delito se inserta en un discurso que normaliza la violencia, evidenciando la divergencia entre lo que se vive cotidianamente y lo que se idealiza en las letras de las canciones. Esta contradicción se percibe en la presión social para mantener viva una tradición que, a pesar de sus implicaciones, sigue alimentando contradicciones en el imaginario colectivo.
Reacciones ante el cambio en la tradición musical
La decisión de un intérprete reconocido de dejar de cantar corridos que exaltan al criminal generó un fuerte rechazo por parte del público, cuya reacción fue contundente al interpretar el abandono de este estilo como una traición a una convicción transmitida a lo largo de generaciones. Aquellos que asistieron al evento expresaron, de manera enérgica, su desaprobación al notar el cese de una narrativa que, a lo largo del tiempo, había contribuido a construir una mitología sobre el poder del delincuente.
El clamor recibido evidenció la dificultad de modificar un discurso que, históricamente, legitima el crimen y enaltece figuras relacionadas con la violencia. La respuesta del público se manifestó en cánticos y reclamaciones que reflejan una tradición arraigada, en la que la exaltación del delito es parte de una cultura compleja y contradictoria.
